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sábado, 11 de junio de 2011

Gran Barrera de Arrecifes


A partir de pólipos diminutos se formó una maravilla: la Gran Barrera de Arrecifes de Australia. ¿Es posible que acabe desmoronándose?

Por Jennifer S. Holland
Fotografías de David Doubilet


Bajo la superficie del mar del Coral, donde se encuentra la Gran Barrera de arrecifes, los peces loro desgastan la roca con los dientes, los cangrejos cierran violentamente sus pinzas al disputarse los escondites, y un mero de 275 kilos hace pulsar la vejiga natatoria para anunciar su presencia. Tiburones y carángidos pasan como un destello. Los tentáculos de las anémonas tiemblan mecidos por el agua, y peces y camarones diminutos bailan frente a sus refugios. Todo lo que no se puede adherir a algo rígido es arrastrado y zarandeado por cada movimiento del mar.

La diversidad del arrecife es parte de su grandeza: 5.000 tipos de moluscos, 1.800 especies de peces, 125 clases de tiburones e innumerables organismos minúsculos. Pero el espectáculo más fascinante (y la principal razón de que el lugar sea Patrimonio de la Humanidad) es la vasta extensión coralina, desde corales asta de ciervo y corales en placa erosionados por las olas hasta rocas de sinuosas formas revestidas de protuberantes corales marrones, lustrosos como el cuero. Los corales blandos crecen sobre los du ros; las algas y las esponjas tiñen las rocas, y cada grieta alberga una criatura.
Desde hace millones de años, el tiempo, las mareas y la constante transformación del planeta han creado la Gran Barrera de Arrecifes, la han destruido y la han vuelto a formar, una y otra vez. Ahora, todos los factores que favorecen su crecimiento están cambiando a un ritmo que la Tierra nunca había conocido.




Occidente descubre el arrecife

Los europeos conocieron la Gran Barrera de Arrecifes de la mano del explorador británico James Cook. Una tarde de junio de 1770, el capitán Cook oyó el crujido de la madera contra la piedra. No podía imaginar que su barco había topado con la estructura viva más gigantesca de la Tierra: más de 26.000 kilómetros cuadrados de barreras e islas de coral que aparecen y desa parecen a lo largo de 2.300 kilómetros.

Los hombres de Cook exploraban las aguas costeras de la actual Queensland cuando su barco, el Endeavour, quedó atrapado en un laberinto. A poca profundidad bajo la superficie del mar, afiladas torres de coral desgarraban el casco de la nave. El capitán y sus hombres llegaron a duras penas hasta la desembocadura de un río, donde repararon el barco.

Miles de años antes de la llegada de los europeos, la región ya tenía una población aborigen. Culturalmente, los arrecifes son una parte importante del paisaje de los aborígenes australianos y de los nativos de las islas del estrecho de Torres, quienes durante generaciones los han recorrido en canoa, han pescado en ellos y han narrado historias sobre las criaturas que los habitan. Unos decenios después del encuentro de Cook con el coloso submarino, el cartógrafo inglés Matthew Flinders (quien también sufrió un par de contratiempos mientras intentaba recorrer los arrecifes) dio nombre a la formación, inspirado por su tamaño. Si los principales trozos del arrecife se extrajeran del mar y se dejaran secar, las rocas podrían cubrir toda la isla de Sicilia, y todavía sobraría coral.

Expansión y erosión

Esta formación colosal debe su existencia a unos organismos que por lo general no son más grandes que un grano de arroz. Los pólipos coralinos (los ladrillos que construyen los arrecifes) son minús culos animales coloniales que albergan en su interior algas simbiontes. Gracias a la fotosíntesis que efectúan las algas (transforman la luz en energía utilizable), los pólipos disponen de «combustible» para fabricar un revestimiento de carbonato de calcio. A medida que el envoltorio calizo de un pólipo se superpone al de otro, la colonia crece y se convierte en una especie de ciudad, a la que acuden otras formas de vida marina, que se instalan en el arrecife y lo extienden, ayudando a cementar todas sus piezas.

Cerca de la costa oriental de Australia se dan las condiciones idóneas para la construcción de esos muros de piedra. Los corales crecen especialmente bien en aguas someras, transparentes, turbulentas y con mucha luz para favorecer la fotosíntesis. Tras millones de generaciones de pólipos, el arrecife ya no es una única entidad, sino una amalgama de estructuras, tamaños y formas de vida determinados por su posición en el océano (la distancia a la costa, por ejemplo) y por las fuerzas que actúan sobre ellos, como las olas. Si nos alejamos lo suficiente de la costa, hasta donde el agua es más profunda y hay poca luz, ya no encontraremos arrecifes.

«En la Gran Barrera, los corales marcan la pauta de la vida de un extremo a otro», dice Charlie Veron, experto en corales y desde hace tiempo director científico del Instituto Australiano de Ciencias Marinas. Con más de 400 especies presentes en la región, «estructuran el entorno ambiental y son el hábitat para las otras especies de la zona». Las condiciones ideales de temperatura, transparencia y corrientes permiten que los corales en placa, por ejemplo, crezcan hasta 30 centímetros de diámetro al año. El arrecife también sufre una continua erosión, desgastado por las olas, la química del océano y los organismos que comen caliza. Esa desintegración es mucho más lenta que el constante proceso de construcción; aun así, hasta el 90% de la roca acaba disipándose en el agua y formando arena.

Las capas subyacentes a la delgada pátina viva del arrecife son, en términos geológicos, relativamente jóvenes, de menos de 10.000 años. Pero los orígenes del arrecife son mucho más antiguos. Hace unos 25 millones de años, cuando la actual Queensland derivó hacia aguas tropicales por el movimiento de la placa Indoaustraliana, dice Veron, las larvas de coral empezaron a dejarse arrastrar por las corrientes que circulaban hacia el sur desde el Indo-Pacífico y a fijarse donde podían. Poco a poco crecieron colonias rocosas y se extendieron por el lecho marino, rebosantes de la mayor diversidad de vida.



Un camino difícil

Desde que el arrecife se asentó por primera vez ha habido varias glaciaciones, las placas litosféricas han seguido moviéndose, y las condiciones oceánicas y at mosféricas han fluctuado considerablemente. El arrecife ha vivido muchos ciclos de expansión y erosión, de vaciamiento y reocupación, según el capricho de la naturaleza.

«La historia de la Gran Barrera es un catálogo de desastres», afirma Veron, causados por el caos planetario. Pero desastres de los que el arrecife siempre se ha recuperado. Hoy, nuevos desastres amenazan los corales, y las perspectivas de recuperación son muy inciertas. Según los científicos, el cambio relativamente rápido del clima mundial está siendo devastador para los arrecifes.

En los corales, el aumento de las temperaturas y la creciente exposición a los rayos ultravioleta del sol desencadenan una reacción denominada blanqueamiento, en la cual las algas de colores que viven en las células coralinas se vuelven tóxicas y son expulsadas por el pólipo, que se torna de color blanco. La proliferación de grandes algas sofoca después los corales supervivientes.

Los extensos episodios de blanqueamiento observados en la Gran Barrera y en otros arrecifes entre 1997 y 1998 se atribuyeron al fenómeno de El Niño, en un año especialmente severo, y a unas temperaturas récord en la superficie del mar (en algunos puntos más de 1,5 °C superiores a lo normal). El proceso se repitió en 2001 y de nuevo en 2005. Algunos expertos en corales advierten que hacia 2030 estos episodios destructivos tendrán lugar cada año.

El calor también se ha relacionado con el descenso en los últimos 60 años del fitoplancton, los organismos microscópicos que además de consumir gases de invernadero alimentan directa o indirectamente a casi toda la fauna marina. Los cambios del nivel del mar, en cualquier dirección, también tienen un impacto negativo, porque o exponen a demasiada luz solar a los corales de aguas someras (si baja el nivel) o los sofocan en aguas profundas, sin suficiente luz (si sube).

Otro motivo de preocupación son las recientes inundaciones en Australia, que liberaron sedimentos y aguas cargadas de productos tóxicos a los arrecifes de las costas de Queensland. Y luego está la acidificación del mar.

Los ecosistemas arrecifales de todo el planeta sufrieron un grave revés con cada una de las cinco extinciones masivas acaecidas en la Tierra, la primera de ellas hace unos 440 millones de años. Los gases de invernadero han alcanzado concentraciones elevadas en diversas ocasiones a lo largo de los milenios, y el biólogo Veron afirma que la emisión de grandes cantidades de dióxido de carbono durante períodos de intensa actividad volcánica fue seguramente uno de los factores decisivos en la aniquilación de los corales, sobre todo durante la extinción masiva más reciente, hace 65 millones de años. Entonces, los océanos absorbieron volúmenes cada vez mayores de ga ses de invernadero de la atmósfera, lo que causó un aumento de la acidez del mar. Con el tiempo, el descenso del pH (índice del nivel de acidez) impidió que las criaturas marinas construyeran sus conchas y esqueletos de carbonato de calcio.

En algunos mares la acidificación vuelve a estar presente. Los más vulnerables al efecto corrosivo de la acidez son los corales ramificados de crecimiento rápido y las importantes algas secretoras de calcio, que contribuyen a cimentar el arrecife. Cuanto más quebradizos son los «huesos» del arrecife, más los rompen y desgastan la acción del oleaje, las tormentas, las enfermedades, los contaminantes y otros factores de estrés.

En el pasado muchos corales se adaptaron a la cambiante acidez del océano, dice Veron, quien dibuja un panorama particularmente sombrío del futuro de la Gran Barrera. «La diferencia es que antes los cambios se producían a lo largo de mucho tiempo y los corales tenían millones de años para adaptarse.» El biólogo teme que las emisiones sin precedentes de CO₂ y compuestos de azufre y de nitrógeno procedentes de la industria, combinadas con la creciente liberación de metano a consecuencia de la fusión de los hielos del planeta, acaben con casi toda la vida de los arrecifes en 50 años. ¿Qué quedará? «Esqueletos coralinos bañados en un fango de algas», afirma.

Hacia el futuro Claro que para los dos millones de turistas que visitan cada año los arrecifes, la promesa de un paraíso submarino rebosante de vida se sigue cumpliendo. Pero los efectos ya son visibles para quien sabe buscarlos. La Gran Barrera tiene una cicatriz de tres kilómetros de largo causada por la colisión de un carguero chino de carbón en abril del año pasado. Otros encallamientos y varios vertidos de crudo han dañado el hábitat. Las plumas de sedimentos causadas por las inundaciones y los vertidos de nutrientes procedentes de la agricultura son sumamente perjudiciales para el ecosistema. Pero los australianos no piensan dejar morir los arrecifes sin una protesta nacional. El capitán del barco que me llevó a bucear lo expresó así: «Sin los arrecifes, aquí no hay nada más que una enorme cantidad de agua salada». Y añadió que, para Australia, «los arrecifes son un ser querido cuya pérdida resultaría demasiado dolorosa contemplar». También son cruciales desde el punto de vista económico: los turistas dejan en el país más de mil millones de dólares al año.

El reto que afrontan los científicos es mantener la salud del arrecife pese a la rapidez de los cambios. «Para reparar el motor de un coche hay que saber cómo funciona –dice Terry Hughes, biólogo marino de la Universidad James Cook–. Lo mismo puede decirse de los arrecifes.» Él y otros investigadores han estudiado el funcionamiento de estos ecosistemas para que las medidas de prevención sean realmente efectivas.

Prioritario en su lista de tareas es determinar en todo su alcance el impacto de la pesca excesiva. Tradicionalmente, los pescadores comerciales podían faenar en los arrecifes, incluso después de que 344.400 kilómetros cuadrados de hábitat oceánico fueran declarados parque marino en 1975. Pero la creciente preocupación suscitada por el volumen de las capturas hizo que en 2004 el gobierno australiano vetara todo tipo de pesca, incluida la deportiva, en una tercera parte de esa área, distribuida en zonas estratégicas. La recuperación biológica ha sido mayor y más rápida de lo esperado. Dos años después de la prohibición, la población de mero leopardo, por citar un ejemplo, se había duplicado en un arrecife antes sobreexplotado.
Por otra parte, sería importante averiguar por qué algunos corales son más resistentes que otros en tiempos de cambio.

«Sabemos que algunos arrecifes soportan condiciones más difíciles que otros –dice el ecólogo experto en corales Pe ter Mumby, de la Universidad de Queensland–. Estudiando las temperaturas del mar correspondientes a varias décadas, podemos localizar los corales mejor aclimatados al calor y centrar las medidas de conservación en esas zonas.» Mumby afirma que cuanto mejor conozcamos el proceso de recuperación de los corales después del blanqueamiento, y los puntos donde es más probable que crezcan nuevos pólipos, mejor podremos diseñar las áreas protegidas. Incluso Veron reconoce que la supervivencia de los corales es posible a largo plazo siempre que se detengan cuanto antes las amenazas contra los arrecifes.

La naturaleza tiene sus propios mecanismos de protección. Muchos constructores de arrecifes evolucionan a través de la hibridación, por la que diferentes especies mezclan sus genes. En el arrecife, cerca de un tercio de los corales se reproduce mediante un desove masivo anual. Durante esos episodios, hasta 35 especies en una misma zona del arrecife liberan simultáneamente pa quetes de huevos y esperma, lo que significa que millones de gametos de progenitores genéticamente diferentes se mezclan en una densa sopa formada en la superficie del mar. «Son condiciones muy favorables para la producción de híbridos –explica la bióloga marina Bette Willis, de la Universidad James Cook–. La hibridación puede ser el camino más rápido hacia la adaptación y la resistencia contra las enfermedades.»

De hecho, la lección que se extrae de todo esto es que pese a las importantes amenazas actuales, la Gran Barrera no se desmoronará fácilmente. Después de todo, ya ha sobrevivido antes a otros cambios catastróficos, y a su alrededor hay todo tipo de vida marina que contribuye a mantener en pie el arrecife. Estudios realizados en 2007 revelaron que allí donde prosperan los peces ramoneadores, también prosperan los corales, sobre todo en aguas contaminadas con un exceso de nutrientes. «Si eliminas a los herbívoros, por ejemplo por la pesca excesiva, las algas reemplazan a los corales», dice Hughes.

El visitante humano que llega a los arrecifes ve a los peces cumpliendo su labor vital. En la luz tamizada de la tarde, cerca del extremo norte de la barrera, colosales muros de coral se yerguen sobre un pez murciélago poco común, de largas aletas y máscara negra, que mordisquea cintas de sargazos. Mientras tanto, un cardumen de peces loro, con dientes fusionados en forma de cortaalambres, mastica ruidosamente la roca, donde las algas han arraigado con rapidez formando tapices rojos y verdes.

Fuente: National Geographic.

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