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domingo, 2 de mayo de 2010

Todo depende de los ojos con que se mire.

Curioso. Hay cosas que damos por descontado, como que todo el mundo ve la realidad igual que nosotros. Todos contemplamos el esplendor rojizo de una puesta de Sol sin ser conscientes de que el color rojizo varía según los casos; todos oímos un sonido determinado, sin darnos cuenta de que algunos ven, al mismo tiempo, un color vinculado al sonido; todos vemos el universo, pero no todos percibimos la visión estereoscópica; es decir, la dimensión en profundidad. Admitimos más fácilmente que no todos experimentamos lo mismo cuando acariciamos un cuerpo querido. No digamos ya cuando se trata de percibir algo o a alguien gracias a una información que puede ser más o menos fundada según los casos.

Estoy pensando, por ejemplo, en vaticinar si los EE.UU. seguirán siendo la primera potencia mundial durante todo este siglo o si, por el contrario, le ganarán la partida Rusia, China, México o Polonia

¿Somos conscientes de que se ha probado científicamente que no todo el mundo ve idéntico color rojizo en una puesta de Sol? No sólo el rojizo: sencillamente, no todos vemos igual los distintos colores, que, además, no existen en el universo por mucho que pese a los artistas; los colores los fabricamos nosotros.



Me he encontrado con personas que, después de haber visto un programa urdido por mí y mi equipo de jóvenes científicos para la televisión, descubrieron por primera vez que eran sinestésicos; es decir, que podían oír colores o ver sonidos. No sólo asociaban un color a una música o un número; los veían. Otros, simplemente, atribuían a cada número un color; el siete era el rojo.

¿Somos conscientes de que muchas personas no se han enterado ni de que les está negada la visión estereoscópica del mundo? En lugar de ver en profundidad lo que los rodea, su mundo es plano; gracias a ciertos indicios, pueden aclararse e ir por la vida intuyendo que existen espacios que no ven, mucho más bellos, alambicados y hermosos.

Existe un porcentaje elevado de psicópatas incapaces de ponerse en lugar del otro: ni experimentan el dolor ajeno ni el placer. Lo que ellos sienten cuando se acaricia la mano del ser querido no tiene nada que ver con el bullicio que desata una caricia en la comunidad andante de células que somos. Puede que las diferencias no sean del mismo grado, pero subsisten entre los que no son psicópatas. La experiencia individual, la genética y la estructura cerebral han marcado para siempre las singularidades de un individuo.

Es más comprensible la negativa a encajar pruebas de lo contrario cuando no se dispone de toda la información necesaria, aunque se cuente con datos apabullantes. Cuando al comienzo de esta columna se aludía a la posibilidad de que los EE.UU. sigan siendo la primera potencia mundial a lo largo de los próximos cien años, se hacía con base en datos que para una gran mayoría de los cerebros pensantes son incuestionables: los EE.UU. representan el cuatro por ciento de la población mundial, pero generan nada menos que el 26 por ciento de los productos y servicios del mundo; dominan totalmente los mares, el espacio y la ciencia; nunca han sufrido una invasión en sus propias carnes. Para millones de millones de personas, sin embargo, está cantado que van a perder el primer puesto.

Cuando se rasca un poco la capa que recubre la información, se da uno cuenta de que no hay dos personas iguales. En contra de lo que se vaticinaba hasta hace muy poco tiempo –un mundo de robots idénticos dominado por unas pocas multinacionales–, ha estallado la diversidad social, del conocimiento, de los sentimientos y del poder.

Fuente: Eduard Punset.

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